Comunicarle a un niño la muerte de un ser querido probablemente sea uno de los momentos más duros de nuestra vida. Creemos que apartándoles de la muerte les estamos ahorrando sufrimiento, en cambio es un aspecto muy importante de sus vidas y es imposible evitarles todo su dolor. Pero ¿cómo podemos afrontar el duelo infantil?
Es importante hacerles saber que la muerte es universal (todos vamos a morir), es irreversible (no va a volver), se interrumpen las funciones vitales y siempre hay una causa.
Debemos mostrarles nuestras emociones, ser claros sin usar eufemismos, dotarles de canales de expresión adaptados, como cuentos, juegos, dibujos… facilitar y acompañar en la expresión emocional, favorecer la construcción de un significado positivo y permitirle que haga todas las preguntas que necesite. Es importante que también se expongan al sufrimiento para desarrollar las habilidades necesarias para afrontar estos eventos y no ser propensos a la frustración.
Si en el entorno familiar ocurre una muerte, intentamos alejar a los niños de esta experiencia todo lo posible, llevarle a casa de algún amigo, procurar no llorar o hablar del tema delante de él, pensando que así evitaremos su sufrimiento. Pero ¿porqué tratamos de alejarlos de esta realidad? Podríamos dar varias respuestas:
- Los alejamos de la muerte porque a todos los seres humanos nos inquieta y nos angustia enfrentarnos a ella. Es muy difícil acompañar a los niños en su dolor cuando nosotros mismos también sufrimos, nos inquietamos y nos angustiamos por ello.
- Todos los adultos sentimos la necesidad de proteger a los niños del dolor y del sufrimiento que supone perder a un ser querido. Al resultarnos insoportable su dolor, queremos fingir que no ha pasado nada, negamos, nos alejamos y racionalizamos con el fin de evitar ese dolor.
- Enseñamos a vivir a nuestros hijos alejándolos de la muerte. Queremos que no lo pasen mal, que no sufran, que lo tengan todo, que se sientan los mejores, etc. Que tengan una vida donde todo es posible y sufrir es evitable, y la muerte (la mayor de nuestras limitaciones) no tiene lugar.
Los niños tienen curiosidad sobre la muerte, pero al percibir nuestra angustia se dan cuenta que es mejor no preguntar, incrementando así su deseo de saber. Y cuando los niños no saben, pero intuyen y desean saber, lo que hacen es inventar sus propias teorías. Estas teorías provocan más angustia y confusión que la propia realidad.
Comunicar el concepto de la muerte
A la hora de comunicar el concepto de muerte debemos adaptarnos a su edad, su momento evolutivo, sus experiencias vitales y su desarrollo cognitivo. También es importante el estilo de comunicación y las actitudes de la familia para afrontar la muerte.
La noticia de la muerte debe ser comunicada lo antes posible y a través de una persona en la que confíe y sea cercana. No tenemos por qué hacerlo “de golpe”, se puede hacer poco a poco y respondiendo sus dudas y preguntas.
La primera verdad que deben saber es que ha muerto y no volveremos a verle más, explicándoles la parte física y real de lo que le ocurre a una persona cuando fallece. Hay que asegurarse que el menos tenga claro que no es culpable de la muerte de su familiar, teniendo en cuenta la culpa que aparece en muchas ocasiones sobre todo en los más pequeños.
Es muy importante aportarles seguridad y protección, evitando el temor a que otro familiar cercano pueda morir.
En ocasiones surge angustia por su futuro, por lo que hay que calmarles sobre la continuidad de su vida, sus rutinas, sus amigos… que seguirán estando. Tienen que sentir el mundo seguro para ser capaces de elaborar el duelo.
Los niños necesitan aprender a expresar los sentimientos y el dolor por la muerte de un ser querido. Hay que recordar al fallecido y expresar las emociones que nos implica ese recuerdo, para así poder recolocarle.
Otra forma de explicarle a nuestros hijos la muerte de un familiar, es iniciándoles en los ritos que se realizan cuando la persona fallece, el tanatorio, el entierro y el funeral. Por regla general, a partir de los 6 años pueden compartir con sus parientes este tipo de actos, aunque siempre es decisión de la familia. Es importante preguntarles si desean asistir. El hecho de acudir les lleva a sentirse incluidos en el sistema familiar, y recibir consuelo en esos momentos tan difíciles.
Acompañamiento en el duelo
Después de este proceso de comunicación debemos acompañarles en el proceso de duelo. Debemos ofrecerle protección para que no se sienta solo, restablecer cuanto antes su vida cotidiana, favorecer que pueda hablar y expresar lo que siente, así como dudas que le surjan acerca de lo ocurrido.
Vivimos en una sociedad tanatofóbica, en la que intentamos alejarnos del concepto de la muerte y sobre todo apartar a los más pequeños, sin embargo, la muerte es algo que todos vamos a vivir, y el duelo es el precio que pagamos por estar vinculados a las personas que queremos.
“En ninguna otra situación como en el duelo, el dolor producido es total: es un dolor biológico (duele el cuerpo), psicológico (duele la personalidad), social (duele la sociedad y su forma de ser), familiar (nos duele el dolor de otros) y espiritual (duele el alma). En la pérdida de un ser querido duele el pasado, el presente y especialmente el futuro. Toda la vida, en su conjunto, duele”. J. Montoya
Foto: Ivonne Lecou en Unsplash
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